Supongo que aunque ya no quede gente que levante el puño por una lucha aplastada por el capitalismo, aunque nos hayamos dejado arrastrar por las masas y la sociedad de consumo, imponiéndose así cánones de belleza irreales, con pectorales y caderas de infarto, supongo que todavía hay muchos que no se sienten parte del sistema.
Hablo de la gente con las heridas de la guerra marcadas en la piel, de aquellos que dejaron de luchar por el sueño porque al caerse de la cama y darse de bruces contra el suelo despertaron de repente para revolverse en el insomnio.
Hablo de los que dejan atrás la patria y cruzan el Mediterraneo ondeando la bandera de la desigualdad, con los ojos brillando de hambre y de esperanza. Y puestos a hablar de patria, me refiero también a aquellos que vagan sin tierra por el desierto, con la casa a cuestas y Occidente dándoles la espalda.
Hablo de los incomprendidos que reniegan de su Documento Nacional de Identidad, que se aferran con orgullo a una bandera que, esta vez sí, les representa realmente.
Hablo de los desahuciados que viven en sus propias carnes como la justicia comete la injusticia de echarles de sus hogares, sin rencores ni temores y olvidando el hecho de que la orden judicial de desalojo duele igual que no poder dar de comer a tus hijos.
Hablo de los que perecieron y perecen por culpa de los muros. Parece que en Europa hemos olvidado que la caída del muro de Berlín no ha podido evitar que otros muros se levanten por entre nuestras fronteras.
Fronteras. Al fin y al cabo, ¿quién las necesita? Nos traen más guerra que paz y, aún hoy en día, hay muchos que se sienten a disgusto con el reparto que unos cuantos caciques hicieron del mundo. Además, ¿de que nos sirven las fronteras si vivimos en un país donde gobierna el Partido de la Desigualdad, donde el racismo es el pan nuestro de cada día, donde lo único que hemos aprendido a hacer estos últimos años es a echarnos la culpa unos a otros?
Visto lo visto, permitidme renegar a mí también de mi nacionalidad, ya no para ser catalana, sino para dejar de formar parte de la desilusión ciudadana que, no os engañen, empieza en Galicia y acaba en las Canarias. Permitidme, entonces, considerarme una más de este mundo cuando éste esté exempto de dictaduras y las democracias sean verdaderamente reales, y no un simple teatro de marionetas donde unos pocos siempre mucho, y unos muchos siempre poco.