martes, 19 de mayo de 2015

El sauce llorón

En lo alto de la montaña, bajo un resplandeciente paisaje que reluce durante los días de verano y que le sonríe a la niebla en las mañanas frías, hay un sauce que llora. Ya es viejo: ha visto pasar frente a sus ojos cientos de primaveras, han bailado a su alrededor los enamorados las noches de verano, se ha puesto colorado en otoño y ha pillado algún que otro resfriado con las nieves del invierno. Hace ya tiempo que el invierno se le alarga, que la nieve lo cubre todo y el viento frío que mueve sus ramas le hace llorar. Las temperaturas hacen escarcha de sus lágrimas, y ni si quiera la tímida luz de la mañana puede con ello. El sauce está triste y el invierno parece haber contagiado esa tristeza. De hecho, ya no se posan los pájaros sobre sus ramas, ni deciden las hormigas salir a pasear sobre su tronco. El sauce triste se muere en ese invierno que parece no tener fin. Últimamente tiene cara de domingo por la tarde, esperando el martirio del lunes que está por llegar; las ramas con las que antes abrazaba el calor de los días miran hacia el suelo, donde reposa el pasado de los que un día se besaron bajo su presencia; el color de las hojas, antes vivas, denota ahora la ceniza de aquello que se quema y desaparece para siempre.

El sauce llorón murió una fría noche de invierno porque alguien se olvidó del calor que desprendía.

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