Me ha costado años y horrores entender
que la felicidad es
un bien por sí solo,
que no necesita de coches caros
ni hoteles de lujo
ni sexo precocinado con opción a recompra.
Ahora (y ya no lo dudo)
sé con certeza
que la felicidad es
un capítulo nuevo de Juego de Tronos
acurrucaditos en el sofá,
sumándole amor al minutero del reloj
y unos cuantos versos más a nuestra historia.
Que la felicidad es
la revolución en las calles
y los lunares en tu espalda,
tu cara cuando lees mis poemas (que suelen hablar de ti),
una ducha después del sexo.
Que la felicidad es
verte hacer lo que amas,
leerte un cuento bajo las sábanas,
desintegrarte un poquito las penas.
Supongo que por eso
ya no me duele pensar
en el ayer
ni me asusta imaginarme
el mañana.
Así que
gracias por la confianza,
de verdad.
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